Marcelo Meza Escritor

“Donde la nada se da cita con el tiempo y se es divino en la cáscara rota… más allá de otros destinos, sin lienzos ni estopas, en la pesadilla de los dioses, en el hueso seco de una sonrisa… aplastado por las miserias, eterno, sin golondrina… Se enciende el abismo en una piedra, en el ángulo cambiado, no es una ciudad cualquiera, quizá sea la esperanza en hoja de otoño…”.

martes, noviembre 21, 2006



Bitácora de viaje al país Paisa I
(Impresiones de Antioquia Volumen II)

"Cosas de niños"

"Para conocer la melancolía de una ciudad
hay que haber sido niño en ella".
Walter Benjamin


(1892-1940) Crítico y filósofo Alemán

4 de septiembre de 2006

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por Marcelo Meza desde Buenos Aires, Argentina

Niño, así me pensé en este segundo viaje a mi querida Medellín, la casa de mis amados Paisas. A pesar de la nube en mi cabeza, que me hubiera acompañado todo el viaje de no haber sido por el cariño de mis amigos de acá y de allá, pude sentir y percibir a los chicos, cada juego en las callesitas de las montañas, en los barrios perdidos en la garganta Nutivara.

Conocí este paraíso de grande pero veo a los niños que hay en los ojos, en los de mi querido Rodrigo y Ana Elsy Parra. Los veo a ellos jugando a las escondidas, a la pelota, jugando al "balero" (perinola), con el trompo... Me los imagino corriendo por la montaña de la mano con la misma alegría inmaculada con la que se los ve a hora, hoy mismo. Corren, vuelan en su niñez y yo lloro de alegría. Vive el amor y la inocencia en ellos, niños, adultos. Saben ser lo uno y lo otro, porque nos han enseñado a cambiar el mundo, compartiendo.

A pesar de mis "cables pelados", de mi cabeza con truenos, pude sentir el mundo niño, imposible no hacerlo. Saborear en la piel lo niño que son y que nos provocan a ser. Por eso me creo Paisa. Porque soy un peladito ahora. Un peladito que está jugando y se pierde las tardes y las mañanas buscando frutas silvestres como nos enseñó Irene Gaviria y las compartimos pero no es comer lo que se compartía sino la vida, el milagro de estar juntos.

En algunas montañas suyas me imaginé cóndor latinoamericano para poder visitar las casas y los hogares de los más necesitados, los más pobres. Estos seres, que no aparecen en televisión, de casta menos favorecida, se los supone apiñados en el campo y en la campiña. No. Ellos acostumbran a que la nada sea abundancia a la hora de la mesa, compartiendo lo poco que tienen, te dan su manta, su cama y te hospedan en su retacito improvisado de casa. No. Ellos son los privilegiados del alma porque tienen educación. En mi país los pobres verdaderos son los ignorantes.

Esta vez un chico con olor a pegamento me pegó en el brazo mientras yo viajaba en la buseta del "Abuelo". El viento secaba mis lágrimas de agua panela. Me pedía, corriendo sin soltarme, al compás de la buseta, algo, algo me pedía. Quizás una moneda, o algo más. No podía entender lo que balbuceaba su boca. ¿Sería un sueño, una ilusión? A ese mismo chico de no más de once o doce años lo volví a ver en la plaza Botero, en plena clausura del V Festival de coros "José María Bravo Márquez. Él no podía hablar mucho. Quién quiere que hable. Solo verlo jugar alcanza para aprender. Tocaba la guitarra. La estaba descubriendo. Se quedó un rato largo tirado en el piso. Sus manos de pegamento ensuciaban las cuerdas y la guitarra estaba feliz de contenta de verle en sus ojitos una luz diferente. Balbuceaba un canto primitivo, como una nana, como algo que le hayan cantado alguna vez. Esta vez mis lágrimas de papel no salieron del todo. La miseria la llevamos incrustada en la médula latinoamericana ¿Cuánto amor necesitaremos para erradicarla? Tocaba con sus dedos sucios y yo me moría por sentarme y enseñarle y darle la mejor clase que me saliera, pero me quedé duro como la gorda escultura de Botero que nos regalaba una sombra. Jugó mucho y lo vi sonreír. Jorge Hernán Arango, principal responsable del festival de coros, te digo, hermano, "misión cumplida". Tu festival hizo sonreír a un niño que ya no tenía rostro.

Parece que cerca del pueblito Paisa pasa algo fantástico. Los duendes monteñeces que viven en los árboles nos convidan sus frutos y nos contagian de algo paisano. En Argentina tenemos a un duende parecido, se los presento. El más grande de los niños se llama Luis, le dicen "El mosca" porque le encanta hacernos reír. Él tiene en sus ojos, siempre, la ternura y el don de pensar la forma de crear magia. Esa magia nos contagia a todos una maravilla y esa maravilla es para que aprendamos a compartir los corazones, para que seamos mejores bichos. Lo hace con gusto a turrón, con gusto a mate calentito, nos inventa viajes estelares al mas acá del alma, al más allá de la amistad, y es común que se emocione cada vez, sin equivocarme, cuando florece en sus amiguitos la canción de la entrega. No puede parar de emocionarse porque es el más grande de todos los niños, porque es así y es mejor que no cambie. Con semejante fortaleza como no entender que todo es cosa de chicos.

Las fotos de chicos de la escuela donde actuamos me siguen emocionando porque son el fiel testimonio de que se puede, se puede hacer un mundo mejor, una sociedad digna y de elevados valores. Claudio Tabush haciendo las veces de "profesor Jirafales"; los chicos pidiendo autógrafos a los argentinos, cientos de escolares en sumo silencio escuchando con paciencia y hasta con alto grado ético que pensé que ya no existía, la carita de esos peladitos que aman a Boca junior, las lágrimas de Paula Valverde al ver tanto cariño como sus alumnitos del jardín de infantes en donde es profesora de música, las pesadas lágrimas de Luis "Mosca" Sasbón siempre jugando con la emoción, con su capa de super héroe de la alegría, todos los que somos docentes emocionados, Valentina con sus salidas inteligentes y su hermosa compañía de cariño, su violín que nos hizo cosquillas especialmente a mi, el molestón de Jorge Hernán que no para de jugarnos bromas a cada paso descubriendo que esa es la mejor manera de vivir, las travesuras de Edith y Niki, la belleza de Ana María, Clara y Sofia Parra, tres niñas que no cesan de saltar en la soga y el elástico, la banda elástica. Isabel y Vilma me las imagino corriendo hasta ponerse colorados los cachetes de la cara con sus primos y sus primas y los amigos del barrio, jugando a ver quién llega más lejos en una carrera del oriente al occidente de la ciudad. El Abuelo Y Jorge Mario me invitan a jugar a la pelota pero terminamos enloquecidos con unas chivas de lata en una pista inventada.

Si no me creen que solo vi a niños jugando, vayan a Medellín. Las niñas son encantadoras, no son peleadoras ni lieras y los chicos les gusta compartir sus juguetes. Son coros de niños, casas con niños, carreras llenas de niños en bici, a pie. Cada uno atiende su juego.

El último día le hice caso a Ana Elsy y a Edith, "deja tus problemas de lado y anda a bailar", y así hice y me sentí mejor. Después me sacaron a las patadas de la parranda porque no se admitían menores de 18 años. Me fui a dormir con otro chico, con José Rodriguez, y terminamos mirando extasiados con ojos grandotes e inocentes un cielo raso estrellado en la habitación de Clara Parra.
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Marcelo Meza - Derechos reservados © 2006 - Septiembre de 2006

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lunes, noviembre 20, 2006

Impresiones de Antioquia

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