Marcelo Meza Escritor

“Donde la nada se da cita con el tiempo y se es divino en la cáscara rota… más allá de otros destinos, sin lienzos ni estopas, en la pesadilla de los dioses, en el hueso seco de una sonrisa… aplastado por las miserias, eterno, sin golondrina… Se enciende el abismo en una piedra, en el ángulo cambiado, no es una ciudad cualquiera, quizá sea la esperanza en hoja de otoño…”.

jueves, diciembre 14, 2006



VECINOS

Si... claro que entendí su cara de enojo, su piso con grietas, su arena mojada. Cada detalle de su odio transfigurado en sus ojos canallas... saturados de esa lujuria que escupe rayos por las dudas.

Si al atardecer de cada respiro me carcomen sanguijuelas y me chupa hasta lo último que queda de libertad. Antes no era así, digo, puro misterio, cicatriz odiada dejada por el puto desamor y la mala suerte y el "que dirán".

Un sinfín de malos entendidos todos juntos y a la vez. Antes te miraba fijo, no daba miedo, había que mirarla pero no daba miedo. Y sin embargo supimos (porque fuimos muchos los que la lloramos) que debajo de tanto parásito muerto había una mujer fantástica. Se reservaba para uno que, a nuestro entender, no hacía más que mentirle descaradamente. Ritual que a veces parece convencernos de que existimos. No era linda Mercedes lo cual no quitaba nada de todo el esplendor que la juventud suele otorgar. Ese atorrante y versero lo único que estaba logrando era profundizar cada día un poco más la tristeza de la dama. No pudimos hacer nada, nadie podría hacerlo. Inclusive oyendo desde el ventiluz su grito de auxilio en esa jaula tan grande que, como un gorrión pequeño y enfermo, se ahogaba en su propio llanto. Cuando se es ajeno no hay vueltas que darle... uno se vuelve cada vez un poco más estaca.

La dejó. Una tarde de julio se fue robando cada una de sus obras de arte; porque hay que decirlo: Mercedes Barrente lucía su existencia a través de su obra y su arte recreaba su vida. La dejó. Se dejó. Ella ya lo había dejado, se había dejado engañar. El tiempo huele a perro muerto cuando se cierran algunas puertas. Ladrillo por ladrillo fue tapiando las puertas del futuro y vaya a saber cuantas otras más. Y claro que se dejó morir. Ya no habría mas esperas, ya no juntaría fuerzas para llegar hasta la cena y fingir que él llegaría tarde. No mas desayunos de ácido y estopa... Ninguna palabra podría restaurar ya nada más...

Entonces ¿para que seguir? El ruido sordo de las noches de tantos sábados nos asfixiaba a nosotros que en realidad no éramos más que vecinos. Y como el peor de los suicidios se dejó morir. Siendo observadores arbitrarios confundimos el aire del deseo con la bruma de la realidad. Fuimos cómplices del odio, el engaño y la muerte. Y no fuimos capaces de tirarle una soga, un pasadizo; una segunda oportunidad. Ergo, teníamos posibilidades de estirarnos hasta ella. Pero no, no fue así.

Su sangre nos mancha aún después de varios años desde que se fue. Desde que la encontraron comida por los cuchillos de su casa, por el moho de la cocina y por la humedad de al lado. Podrida por la soledad maldita. Podrida y seca por la culpa de no haber tenido la capacidad de ser feliz.

Miro a sus cuadros y aunque se crea lo contrario esto que les cuento es la pura verdad.Entonces, cuando se hable de amor no seas tan hijo de puta de cagarte de risa de la gente. Cada uno hace lo que puede y a veces muy caro se paga el poder.
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obra:"Michele" Andie Hathcote-Cronshey

Marcelo Meza - 2005 - Derecho reservados © 2006

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