No sé de qué se tratan las fiestas,
si hay que tener una cara especial para cada acontecimiento
o simplemente uno debe andar siendo lo mejor que pueda,
sin roscas ni garabatos maniqueos.
Yo no sé a qué viene tanta alegría desfigurada y mal
entendida
¿Quién dijo que la tristeza es triste? si es mi vieja quién me
acuna
en la tarde de todas
las congojas
y me pone feliz eso de andar siendo en la otredad, también.
Se me antojan ciento cinco lunas cantando la misma canción
de amor,
cada día, como un santuario a ese amor escurridizo y
enmarcado.
Sí, es posible que sea de un amor que ya no está,
no me etiqueten de loco por eso. Díganme locura, si quieren,
cuando se me haya acabado el amor,
o me emocione menos por tus gestos mágicos o tus tetas.
Yo que sé de estar en los momentos precisos
y en las letanías de las fechas consumidas
en desvencijados sumideros.
A lo mejor mi vagabundismo pertenezca a otra factoría,
más cercana al caminante que busca el mejor de los caminos
y, de vuelta por el mundo, descubre que todos los caminos en sí son perfectos.
Qué sé yo de fiestas,
apenas si sé festejarte a contramano de las convenciones.
Me sale, entonces, virar la brújula de todos los momentos y
fulgurar un norte diferente, en donde el mezquino sea sólo aquel que retiene una
jauría de besos salvajes más que el avaro de cosas sin sentido,
y se termine la ira del no me acuerdo
y la fantasía poco ingenua de que sólo quieras tenerme
cuando estuve tanto tiempo cerca tuyo, tan cerquita
y en una de esas no me oliste lo suficiente ni recorriste
tanto,
como ahora quisieras, cada centímetro de mi pulóver.
Ahora hay algo que ya es tarde,
no sé si para el mundo o los bichos,
seguro para mí;
porque me duele mi soledad, es cierto, pero también la de
los amigos,
esos magos que no merecen sufrir tanto
“que te dije, me dijiste, que no te entiendo, me estas
cargando…”
yo no sé jugar todos esos juegos
y es por eso que quizás este fundido en la empresa de esta
soledad sola de medio tiempo entre la reflexión y el silencio.
No soy bueno para los remates de ninguna índole,
pero si me dieran una oportunidad pediría un tiro que sea
libre,
porque en una de esas, que sé yo,
mal no sea de puntinazo, casi de comba,
lo meta como si buscara el poder de una estrella
y se cuele un gol por la esquina tan mezquina del arco de
los sueños.
No sé qué son todas estas palabras cosas,
estas cosas palabras,
es probable que se me ande filtrando el dolor de los que amo
la angustia del que es luz y lucha a brazo partido con las
sombras y algunos jubilados fantasmas,
o tal vez sea solo mi imaginación que ya va viendo rarezas.
Yo qué sé. Me siento más que nunca
como un niño enamorado de la vida,
un poco perdido entre tanta neblina,
“un animal que canta y sueña”.
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Marcelo Meza - 2012
A todos mis amigos queridos.